Panguana es un símbolo de resistencia. Desde 1968, año en que María y Hans-Wilhelm Koepcke, una pareja de investigadores alemanes, la fundaron como estación biológica en la cuenca del Alto Pachitea en la provincia de Puerto Inca, región Huánuco –donde solo había bosque virgen–, hasta hoy, en que su hija Juliane Koepcke de Diller la administra como un área de conservación privada (ACP). Ella ha mantenido intacto el compromiso de preservar este enclave científico, que comprende 873 hectáreas, de “la amenaza humana”.
La apuesta de Juliane por la selva se afianzó con la tragedia. El 24 de diciembre de 1971, víspera de Navidad, el vuelo 508 de Lansa en el que viajaba con su madre se estrelló solo a 50 kilómetros de Panguana. Hasta ese momento, aquel era el lugar al que acompañaba a sus padres a investigar y donde le enseñaron a cómo sobrevivir. Tenía 17 años y, tras 11 días de vagar por la selva, fue la única que se salvó de los 92 pasajeros.