Laura Cedeño 17/06/2025
En los últimos años, Panamá se ha convertido en el epicentro de una batalla entre el desarrollo económico y la protección ambiental. Esta lucha ha alcanzado su punto más álgido con el debate en torno a la mina Cobre Panamá, una de las más grandes de Centroamérica. Mientras algunos defienden el empleo y la inversión extranjera que genera, otros alertan sobre los daños irreversibles al medio ambiente y la vida silvestre. He leído y me he informado con opiniones de personas de ambos lados y he llegado a una conclusión clara: necesitamos pensar en el futuro, no solo en el presente.
“Aquí antes había jaguares, tucanes y ríos cristalinos. Ahora es ruido, polvo y desmonte”, dijo don Efraín González, un agricultor de 63 años que vive cerca de Donoso, en la provincia de Colón. Don Efraín ha visto cómo, en cuestión de años, el bosque que rodeaba su comunidad fue talado para abrir paso a caminos, maquinaria pesada y campamentos mineros. Él, como muchos otros, se siente abandonado por un sistema que promete desarrollo, pero deja a su paso un ecosistema deteriorado.
Según un informe de la Sociedad Audubon de Panamá, la mina ha afectado más de 13,000 hectáreas de bosque tropical, hábitat de especies vulnerables como el mono araña de Geoffroy y el águila harpía. “Una vez que se pierde ese hábitat, no hay forma sencilla de restaurarlo”, señaló la bióloga ambiental María del Carmen Núñez, quien ha investigado el impacto ecológico de la minería en la región.
Pero no todos piensan igual. Andrés Rodríguez, ingeniero ambiental que trabaja para una subcontratista de la mina: “No podemos ignorar que esta operación genera miles de empleos directos e indirectos. Además, se aplican medidas de mitigación y reforestación”, explicó. Andrés no niega que haya impactos, pero asegura que el proyecto sigue estándares internacionales y que, sin la mina, muchas familias se quedarían sin sustento.
Y ahí está la gran contradicción: el desarrollo económico depende de explotar los recursos naturales, pero hacerlo sin control pone en riesgo la biodiversidad y la salud ambiental del país. ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a sacrificar naturaleza por dinero?
Personalmente, me cuesta aceptar que en pleno siglo XXI, cuando el cambio climático ya nos golpea con más fuerza cada año, sigamos apostando por modelos económicos que priorizan lo extractivo sobre lo sostenible. Me pregunto si esos empleos que hoy se defienden valdrán lo mismo cuando los suelos ya no produzcan, cuando el agua esté contaminada o cuando la fauna desaparezca de nuestras selvas.
También me impactó escuchar entrevistas a jóvenes de la Universidad de Panamá, quienes han participado en protestas contra la minería. “No estamos en contra del progreso, estamos en contra de la destrucción disfrazada de desarrollo”, dijo Laura Caballero, estudiante de Biología. Como ella, cientos de jóvenes han salido a las calles con pancartas, consignas y propuestas para un Panamá más verde y justo.
Es evidente que necesitamos repensar nuestro modelo de crecimiento. Panamá tiene el potencial de apostar por energías renovables, ecoturismo, agricultura orgánica y educación ambiental. Pero mientras sigamos el camino fácil de la explotación minera, estaremos hipotecando el futuro de las próximas generaciones.
Lo que más me duele no es solo la tala de árboles o el desplazamiento de animales. Es esa sensación de que nos estamos alejando de nuestra identidad natural, de la conexión con la tierra, con los ríos, con las montañas. Esa desconexión nos vuelve insensibles, nos hace pensar que lo que le pasa al bosque no nos afecta. Pero sí nos afecta. Nos afecta en el agua que bebemos, en el aire que respiramos, en la estabilidad del clima.
No estoy en contra de que las personas tengan trabajo. Lo que propongo es que el país promueva empleos que no destruyan el entorno, sino que lo protejan y lo regeneren. La minería puede dar ingresos rápidos, pero la naturaleza es la que nos sostiene a largo plazo.
Panamá está en una encrucijada. Podemos seguir dividiéndonos entre los que quieren conservar y los que quieren explotar. O podemos unirnos para buscar un modelo que integre ambas necesidades: desarrollo con justicia ambiental.
El debate está abierto, pero el tiempo corre. Y la naturaleza no espera. No necesitamos volver a una protesta masiva donde muchas personas fueron afectadas, solo debemos aprender a ser más empáticos y concientizar que no es solo velar por nosotros, sino también el país donde vivimos.
La autora es Estudiante de Periodismo
https://upinforma.com/nuevo/info.php?cat=opinion&id=2071