Sendas enlodadas pasan junto a casas vacías, la mayoría en ruinas. Docenas de tiendas y bares han cerrado. El ciudadano más destacado, el jefe de una tribu descendiente de esclavos africanos huidos, se ha mudado a la capital.
Una mina de oro gestionada por una firma con sede en Estados Unidos abrió hace poco en el bosque húmedo del sur de Surinam, creando cientos de empleos y unos ingresos muy necesitados por un gobierno que combate una de las tasas de inflación más altas del mundo.
Pero la mina también ha vaciado la población más cercana, Langa Tabiki, una pequeña ciudad fronteriza con un papel destacado en la historia y cultura de esta nación sudamericana y muy dependiente de la minería ilegal.