En Uspallata, la megaminera de los rusos –a diferencia de la gestión canadiense, que hacía su lavado de imagen y dinero con bombos y platillos- la hace canuta: se camufla de Santa Claus, se confunde con el Estado y con las instituciones, para que pasen desapercibidas sus donaciones, en un tema tan sensible para la comunidad como es la relación entre el agua, el cianuro, las voladuras, y lo que beben, respiran y aprenden los niños.
Cualquiera que viera a un extraño regalándoles dulces y juguetes a los niños a la salida de la escuela pensaría que es… alguien que ama a los niños. A menos que fuera Papá Noel, a todos nos correría un escalofrío por la espalda. Pero claro, somos adultos, sabemos que Papá Noel no existe; los niños no, y eso es lo más atroz del asunto: no saben qué hay detrás de ese dulce, ese juguete.