Lo vienen diciendo los investigadores desde hace décadas ya. Se han sumado políticos, líderes intelectuales, sociales, filósofos e incluso empresarios. El modelo de desarrollo global nos ha hecho avanzar hacia el antropoceno, era geológica de la Tierra donde los cambios globales ya no son producidos por agentes naturales sino por la acción humana.
Un modelo donde la naturaleza es vista principalmente como una despensa, en el proceso de extracción, y un vertedero, luego de la transformación. Y así se mide el éxito y fracaso de continentes, naciones, regiones, territorios, mientras mayor es la producción, mejor para la sociedad. Si es bueno para la economía (una economía de corto plazo, claro está) es bueno para la gente, es el mantra.
Así lo hemos visto últimamente con la crisis de Quintero-Puchuncaví, los contaminados por el plomo en Arica, la salmonicultura en la zona sur-austral del país. Productividad que mata y que atenta día a día contra la fábrica más importante del mundo: la naturaleza, que lleva años fabricando vida. La nuestra y la de las demás especies.
Las zonas de sacrificio desperdigadas por doquier son el mejor ejemplo de aquello. Realidad que ciertos medios, empresarios y políticos pretenden revertir señalando que quienes se quejan y ahí viven responden a la clasificación nimby (del inglés “not in my backyard”, es decir, “no en mi patio trasero”): personas que quieren las soluciones a los problemas sociales y materiales pero no asumir los costos de éstas. Insensatez, plantean los adalides del modelo, porque para que todos vivan bien alguien debe pagar la factura.
El problema es la doble trampa de esta visión.
Primero, porque ningún modelo de sociedad debiera permitir, mediante su institucionalidad, la vulneración de los derechos más básicos de las personas. Ninguna termoeléctrica debiera poder contaminar el aire a niveles de intoxicación, ninguna salmonera vaciar sus desechos en las costas usadas por la pesca artesanal afectando su sustento, ninguna minera destruir glaciares y afectar las reservas de agua que permiten la vida de las comunidades.
Y segundo, porque cuando nos hablan de que alguien debe sacrificarse por el modelo de sociedad normalmente los que asumen los costos son los mismos. Poblaciones carenciadas, que por necesidad de trabajo están dispuestas a sacrificar su presente y futuro porque los mismos que esto argumentan no están disponibles para apoyar el que sea la sociedad en su conjunto, el Estado por ejemplo, la que garantice los mínimos básicos en educación, salud, vivienda, previsión social y todo lo que definamos como fundamental para vivir con dignidad.
Por ello el concepto de “compartir beneficios” que se utiliza para justificar que industrias alta y negativamente impactantes se instalen en los territorios tiene un déficit. Sus controladores no debieran solo compartir beneficios. Tendrían, en justicia, que compartir los perjuicios de sus actividades.
¿Quiere instalar una termoeléctrica en un pueblo? Pues bien, que sus hijos vayan a sus escuelas. ¿Quiere verter desechos de salmón en las costas del sur? Pues bien, que sus hijos se bañen en esas aguas. ¿Quiere contaminar el agua con la extracción de oro? Pues bien, que sus hijos beban de esas fuentes.
Hace pocos días el gobierno anunció su decisión de dejar fuera del futuro Parque Patagonia el área fiscal donde la australiana Equus Mining, a través de la sociedad Southern Gold, busca instalar su mega proyecto minero de oro y plata “Los Domos”. Sociedad constituida por Sergio Romero Guzmán, cuyo padre fue presidente del Senado por Renovación Nacional -partido matriz del Presidente Sebastián Piñera- y la cual ha hecho un intenso lobby para avanzar en sus pretensiones.
“Los Domos” ya fue priorizado por el gobierno (es la única iniciativa en Aysén consignada en la Oficina de Gestión de Proyectos Sustentables), adyacente a la nueva área silvestre protegida, en el área de un rico patrimonio arqueológico, paleontológico y geológico como el caso del circuito Cueva de las Manos/Piedra Clavada/Valle Lunar.
Una nueva zona de sacrificio es lo que proyectan. En la cuenca del lago General Carrera, la principal reserva de agua dulce del país.
Pero la historia, incluso de Aysén, nos ha demostrado que no necesariamente anhelos hoy serán realidades mañana. Más aún cuando se despejaron las intenciones del Ejecutivo, señal fundamental para enfrentar los procesos sociales que vendrán. Procesos que, definitivamente, están anclados en el sentido de responsabilidad territorial local y, también, global.
Fuente:http://www.eldivisadero.cl/redac-49790




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