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Mexico

Reportan enfermedades y daños por actividad de minas en Chihuahua

mina-palmajero-300x1688 de diciembre de 2011
La sierra Tarahumara atrajo 50 compañías extranjeras que extraen metales a cielo abierto…

Cuenta que la vida cambió para los habitantes de la comunidad hace cinco años, con la llegada de la empresa canadiense Coreu d’Alene, que reabrió el viejo mineral inglés y lo explota a cielo abierto.

“Sí hay trabajo con la mina. A la gente le pagan bien, pero no habrá dinero que alcance cuando empecemos a enfermar”, advierte Javier Morales, dirigente del ejido Agua Salada, municipio de Chínipas, mientras mira el ir y venir de camiones cargados de rocas o agua en el complejo minero de Palmarejo.
Hay derrama económica, pero la gente ha comenzado a reportar problemas de salud y mortandad de animales, así como daños en viviendas y parcelas.
“La mina le ha dado trabajo a la gente, pero pasan cosas que antes no teníamos”, reconoce Gonzalo Acuña, presidente del comisariado ejidal de Palmarejo.

En 10 años recientes la sierra Tarahumara ha atraído más de 50 mineras extranjeras que operan a tajo abierto, debido al alto potencial para extraer oro y plata. Cinco ya están en producción.
Las compañías exploradoras han comprado concesiones mineras que poseían habitantes de la región y han gestionado permisos para barrenar en busca de yacimientos.
“Basta detectar dos decigramos de oro por tonelada de roca molida para que un proyecto de minería a cielo abierto sea atractivo”, explicó el geólogo José Manuel Valdez, jefe de proyectos de exploración de Paramount Gold Silver, que analiza más de 60 mil hectáreas en los municipios de Urique, Guazapares y Chínipas.
Según Valdez, el precio internacional del oro, que rebasa mil 643 dólares por onza, hace económicamente viables estos proyectos en un periodo de entre 10 y 15 años.

El auge minero tiene un alto costo ambiental para la sierra. Pinos y encinos son derribados para abrir yacimientos. Se usa dinamita, se muelen rocas y los materiales extraídos se procesan con ácido cianhídrico para separar el oro y la plata.

Los residuos se amontonan en lomas artificiales que transforman el paisaje serrano. Las montañas parecen haber sido rebanadas por una cortadora gigante.
“Las paredes de mi casa se hundieron. Ya se secó el manantial con que riego una huertita, cerca de donde hacen las voladuras”, se queja Eliseo Lagarda, ejidatario de Palmarejo.
“No podemos comer ni cocinar. Todo el día tragamos tierra y soportamos malos olores”, reclama Olivia Portillo. Ella y su familia piensan irse a otro lugar que les ha ofrecido la empresa Coreu D’Alene.

En julio los habitantes de Palmarejo cerraron la mina por dos días. León Hardy, director de operaciones internacionales de la empresa Coreu d’Alene, atendió las inconformidades y negó que la compañía dañe el ambiente.
Quejas similares se escuchan en otros poblados de la Tarahumara. Las comunidades serranas aledañas a las minas tienen una queja en común: mortandad de reses, venados, pájaros y toda clase de fauna que tiene contacto directo o indirecto con los residuos.

Los ejidatarios de Huizopa, municipio de Madera, tuvieron que ser reubicados. La mayoría de las casas del antiguo mineral de Dolores fueron destruidas por la empresa Minefinders para dinamitar la zona donde estaba el pueblo.

Más de 120 familias soportan desde hace cuatro años la contaminación que genera la compañía.
“Hemos documentado el daño ecológico causado por los derrames accidentales de las presas de jales. Entregamos a la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente videos y fotografías e interpusimos una denuncia. Nunca obtuvimos respuesta”, señaló Dante Valdez, uno de los dirigentes de esa comunidad.
En sus reportes públicos, la Compañía Minera Dolores, filial de la canadiense Minefinders, dio a conocer en enero que cada año utiliza 3 mil 600 toneladas de cianuro en sus procesos.

Parte de esa sustancia venenosa se recupera en un circuito cerrado. Pero en las presas donde se lavan las rocas trituradas se generan lodos que en ocasiones se derraman, se filtran al subsuelo o son arrastrados por las corrientes de agua.
“Sí hay trabajo y dinero, pero si no vemos todo lo que está pasando con la llegada de las minas, nos vamos a quedar más fregados que antes, cuando se vayan en 10 años”, comenta Javier Morales mientras observa llegar una de las camionetas que transporta a los trabajadores para el turno de la tarde en el mineral de Palamarejo.

Créditos: La Jornada