Treinta comuneros llegaron desde Apurímac a comienzos de marzo y se han instalado en los exteriores de la Defensoría del Pueblo para reclamar un diálogo con la empresa.
Un hombre es cargado en brazos por cuatro de sus compañeros. No dice nada, hace uno que otro gemido, apenas puede mantenerse en pie. Los jóvenes que lo acompañan no lo dejan caer, lo sujetan mientras un cuarto detiene un taxi. “Hasta el Hospital Dos de Mayo”, pregunta, mientras cuenta las monedas de su bolsillo.
Mario Criollo no aguantó. Es su décimo día en huelga de hambre y sus labios lucen resecos. Parece salir de un sueño, sus ojos apenas se abren. Su polo amarillo suda chorros de agua y el blue jean luce desaliñado. Este apurimeño es uno de los 10 comuneros que iniciaron esta cruda medida de protesta el 28 de marzo pasado contra uno de los más importantes proyectos mineros del país: Las Bambas.