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Colombia

Otra mirada al fenómeno de la minería

1510104f6ac83c7066da09df7e40b9c585 Octubre 2011
Alfredo Molano Bravo
Caramanta tierras y minas I
Viaje del sociólogo y escritor al suroriente de Antioquia. La tierra de la granadilla ahora más parece la tierra de los pastos y los dominios de un “desconocido” ‘Señor’ a quien todos temen.
Foto:
Ahora abundan los potreros en una región rica en potencial agrícola./ Ricardo Perea

A las 6 de la mañana dejamos atrás la montaña de oro con sus socavones, sus guacheros y su conflictivo futuro. Las bocaminas son cada vez más escasas mientras trepamos por una carretera destapada en buen estado, lo que levantó suspicacias en mi compañero de silla en un bus que bregaba contra la pendiente: “Es que últimamente se ven por acá muchas camionetas de la compañía y a los ingenieros no les gusta el zangoloteo”.

Las casas de los mineros son descuidadas y oscuras, como si fueran la prolongación de los túneles donde trabajan; construidas en cemento y tejas de zinc, no tienen flores ni árboles frutales. Al cruzar la cuchilla aparecen a lo lejos Riosucio y Supía, también en la mira de las grandes compañías mineras canadienses. Al avanzar hacia Caramanta, los cultivos de granadilla se hacen más frecuentes. Desde lejos parecen gigantescas cobijas que arropan las lomas; de cerca, las frutas maduras que cuelgan tienen algo provocativo, casi erótico.

Las construcciones de bahareque y teja de barro no dejan duda de que entramos en una región campesina. La quebrada Arquía es el límite municipal entre Marmato y Caramanta. La carretera marca otra frontera: en las tierras altas y frescas se ven más potreros que fincas; en las bajas y calientes, más fincas que potreros. Arriba predomina la ganadería; abajo, el café y la caña panelera. Dos modos de trabajar la tierra, y de vivir. Al pasar por una construcción nueva y extraña, que no es ni galpón ni establo, sino corral cubierto, me explican entre silencios que pertenece al “Señor”. Me quedé esperando el apellido.
Caramanta es, sin más, un pueblo bello. Y limpio. Como todos los pueblos del suroeste antioqueño, tiene una iglesia gris de torres altas y agudas; una plaza espaciosa, todavía enmarcada por casas de bahareque, y puertas, ventanas y balcones en madera pintados con azules y verdes, anaranjados y amarillos, rojos y rosados, que combinados unos con otros transmiten una alegría y unas ganas de vivir que dejan tocar el espíritu del pueblo.
Las calles que convergen en la plaza, que vienen de abajo o van para arriba, muestran la misma cara. Los niños juegan a la pelota en las aceras, las colegialas pasan apuradas, los viejos toman tinto en las esquinas, las mujeres balconean apoyadas en los antebrazos. El hotel donde me hospedé tiene un patio amplio; empedrado; rodeado de begonias, azaleas, geranios; tiene comedor con ventanales en el primer piso y sala con reloj de péndulo en el segundo. El resto son alcobas limpias con sábanas recién planchadas.

Historia de saqueo

Caramanta fue andaregueado por conquistadores en busca del oro indígena y de las minas de donde se sacaba. A mediados del siglo fue erigida como Real de Minas con dos encomiendas y adscrita a la Gobernación de Popayán, con el nombre simbólico de Sepulturas, dada la cantidad de tumbas de naturales. Hacia 1820, empresarios acomodados de Medellín pagaron con bonos de la Independencia 160.000 fanegadas y fundaron la Nueva Caramanta, posesiones donde se establecieron poco a poco colonos campesinos prevenientes de Arma, Sonsón y Abejorral en busca de guacas, tierras nuevas y minas de oro.
Minas y tierras han hecho la historia del suroeste, un territorio que se disputaron Antioquia y Cauca en una pugna que se cerró con la guerra del 75 a favor de los antioqueños. Por su lomerío pasaban los caminos que comunicaban a Medellín con Cali y Popayán, y a Medellín y Pereira con Quibdó. La gente de Caramanta vive aún muy orgullosa de que Carlos Gardel haya pasado una noche en el pueblo. Por supuesto, después del fatídico accidente en Medellín.

La Violencia de los años 50 en el suroeste estuvo vinculada a los tres grandes corredores de colonización antioqueña hacia el occidente: Dabeiba, Urrao y Ciudad Bolívar. La región de Caramanta, Supía y Támesis dependía del Comando Superior del Suroeste, mandado por el liberal Juan de J. Franco, que operaba en el triángulo Dabeiba-Urrao-Salgar. Fue una violencia exclusivamente banderiza en sus comienzos; se fue transformando en conflicto social en la medida en que incluía la economía cafetera de Caldas; como se sabe, fue una de las estrategias para concentrar la propiedad territorial en la región limítrofe con Caldas. En la década de los 70, a tun tun de la bonanza bananera en Urabá, aparecen grupos guerrilleros del Epl y las Farc que dominaron tanto la cuenca del Riosucio como la del Murrí y que se expandieron en los 90 hacia Salgar, Concordia y Caramanta.

La economía y la guerra

A raíz del rompimiento del pacto cafetero se derrumbó el precio del grano en los mercados internacionales. De 1,39 dólares la libra en 1998, cayó a 0,89 en 1991. La Federación de Cafeteros apeló a elevar la productividad para defender la economía cafetera e impuso la sustitución de las tradicionales variedades, el arábigo y el borbón, por el caturra y la colombia, que implicaban un costoso paquete técnico que no obstante hizo nuestro café sensible a la roya. El resultado fue la ruina de un gran sector de la economía cafetera campesina y el fortalecimiento de una nueva capa de empresarios.

El desempleo y la emigración afectaron la estable estructura económica de Caramanta. Al mismo tiempo, y no de manera independiente, el país entero se enrumbó hacia el narcotráfico. Los jóvenes —los cientos de muchachos que el colegio Juan Pablo Gómez Ochoa botaba al desempleo— salieron a buscar fortuna hacia las zonas productoras de coca y a los centros donde reinaban los carteles de Cali y Medellín. Y uno que otro regresó rico a su pueblo como cualquier español después de haber hecho su América. Es el caso del señor del pueblo, el Lord Voldemort, “el que no debe ser nombrado”, “el que tú sabes”, “el señor oscuro”, el “Señor”.

La coca no llegó a Caramanta —ni en general al suroeste—, pero llegó el paramilitarismo en todas sus versiones, desde las Convivir hasta las Auc. “Existen registros de prensa sobre el accionar de estos ejércitos privados en municipios como Andes, Caramanta, Venecia, Concordia y Urrao, que consiste básicamente en amenazas, desapariciones, asesinato selectivo de campesinos y líderes cívicos acusados de pertenecer o simpatizar con la insurgencia y delincuentes comunes” (Verdad Abierta).

En Caramanta y vecindades actuaba La Escopeta. En ninguna región fue tan palpable el tránsito de las Convivir a las Autodefensas (1995-1997). Unos años después, estos grupos se organizaron como Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (Accu), fundadas por Carlos y Vicente Castaño. El grupo en Caramanta estuvo comandado por Doblecero, un oficial del Ejército, y después por René, un carnicero que había estado en las Farc, que actuarían en adelante como Bloque del Suroeste.

En el campo militar era una organización más, pero en el plano económico se distinguió por no traficar con cocaína, por lo menos en el sector de Caramanta. Sus recursos salían principalmente de la extorsión generalizada. Campesinos, transportadores, bares, comerciantes, terratenientes, pagaban entre 30.000 y 300.000 pesos mensuales, sin excepción. Había varias bases permanentes en predios de grandes haciendas de donde salían a realizar sus operativos, que además del boleteo, consistían en “limpiar de indeseables la región”[1].
Las autoridades municipales no se dieron por enteradas del fenómeno. Por el contario, todo parece indicar que se subordinaron a los paramilitares. Más aún, la enorme mayoría de asesinatos que ejecutaron no fueron registrados por los medios. Fuentes informadas locales calculan que entre 1991 y 2006 hubo más de 200 asesinatos en el municipio. El Bloque Suroeste ingresó al proceso de Justicia y Paz en Ciudad Bolívar en 2005, bajo el mando del Águila, de cuyo paradero no se tiene noticia. Otro de los comandantes del bloque fue el famoso Tasmania, que se apropió de muchas tierras en la zona donde mandaba.

El destierro, el monopolio

Los testimonios recogidos en el municipio indican que durante estos años de control paramilitar emigró y fue desplazada mucha gente. Según el DANE, la tasa de crecimiento de la población es negativa: -3,2. La tierra tendió a ser concentrada con una rapidez inusitada. El índice de concentración de Gini es 0,6036, donde uno es la perfecta desigualdad y cero la perfecta igualdad. El 0,46% posee en el suroeste el 45% de la tierra. Las cifras concretas en Caramanta no deben ser muy diferentes.

La expansión de los señores de la tierra en el municipio tuvo lugar en la misma época, aunque se hizo en zonas distintas y bajo modalidades diferentes. En la zona fría, arriba de 2.000 metros, predominaba la ganadería de leche en fincas de propietarios o poseedores tradicionales. Eran fincas medianas —de entre 20 y 70 fanegadas—, no muy productivas y con grandes problemas de transporte, puesto que las vías no sólo no eran pavimentadas, sino que se veían interrumpidas por constantes derrumbes, como el que bloqueó el paso en La Balastrera durante varias semanas el invierno pasado.

Algunos campesinos vendieron sus predios o los perdieron con los bancos. Uno de ellos fue el padre del “Señor”. Perdió su finca mientras su hijo prosperaba en el Valle del Cauca. Cuando regresó rico, compró no sólo la propiedad que su padre había perdido, sino las de sus vecinos, y las de los vecinos de sus vecinos, hasta adquirir un gran globo que continuó ampliando hasta el punto de que hoy es considerado el más grande y potente hacendado de la región.

Las tierras situadas arriba de la carretera que une Valparaíso y Marmato, atravesando Caramanta, son prácticamente la hacienda del innominado. Hay unas pocas cejas de monte en la parte más fría, y en los últimos tiempos el “Señor” cultiva la granadilla y el tomate de árbol con trabajadores traídos de Urrao —donde son especializados en esas frutas— y de otros pueblos. Lo demás, el 90% de sus tierras, está en pastos, algunos mejorados. Del casco municipal salen todos los días varios buses con jornaleros para el ordeño, la limpia de potreros, el cuidado del ganado y el laboreo de la granadilla.

Cuando se viaja hacia el pueblo y se pregunta por las propiedades, la respuesta es la misma que le daba el Gato con botas al rey: “Son de mi señor, el Marqués de Carabás”. Sobraría decir que la influencia local, y en particular política, que tiene este gran hacendado es equivalente a la extensión de sus propiedades y a la capacidad para emplear trabajadores. En buena medida el pueblo depende de sus decisiones. Tiene además una política de lo que llaman ahora responsabilidad social. Ha contribuido a la construcción del ancianato y otras obras pías.