Perú

Oro certificado como “comercio justo”

oro_justo_240px30 de Junio 2011
Hildegard Willer
Quien quiere disfrutar de un buen café, chocolate o plátanos sin remordimiento de conciencia, compra un producto certificado por el “comercio justo” que, a pesar de todas las crisis financieras, es un negocio en crecimiento. Cada vez más consumidores reparan en las condiciones sociales y ambientales de producción y valoran el contenido “ético” del producto que compran…

Pero ¿cómo se consume “éticamente” cuando se trata de joyas o de inversiones en oro?

La producción aurífera es una de las industrias de peor reputación por la destrucción del medio ambiente y los conflictos sociales que desata. Una minera aurífera peruana promete que es posible combinar consumo ético y producción de oro.

La oficina de Víctor Pachas parece una fortaleza. Está ubicada en un barrio residencial de Lima, protegida con altos muros y equipada con los más recientes sistemas de seguridad. Desde allí Pachas busca clientes en el mundo entero para su producto: oro producido bajo el sello de “comercio justo”. Trabaja para la Sociedad de Trabajadores Mineros (SOTRAMI), la primera empresa minera peruana que en marzo de este año terminó su proceso de calificación con la certificadora internacional FLO-CERT.

Desde entonces, el oro producido por SOTRAMI puede venderse con el sello de “comercio justo”, entre cuyos criterios se incluyen el respeto a los derechos laborales, que no exista explotación infantil, que los compradores paguen precios adecuados a los y las productores locales, que se cuide el medio ambiente, que las mujeres sean tomadas en cuenta en la toma de decisiones y que los beneficios sean aprovechados por toda la comunidad.

La tarea de Pachas es encontrar compradores que estén dispuestos a pagar un precio que está 10% por encima del precio mundial del oro (actualmente en US$1,500 la onza).

En tiempos de inseguridad económica, el oro es considerado por muchos como un puerto seguro para sus ahorros, pero también son tiempos poco éticos. Es de conocimiento general que la producción moderna del oro —tanto la formal como la informal— destruye paisajes, contamina fuentes de agua y desplaza a pequeños agricultores de sus tierras.

Las ganancias se quedan en los países de producción y en los bolsillos de inversionistas anónimos y extranjeros.

Excavando dentro del cerro 
“Por una minería con rostro humano” dice un letrero artesanal de madera en la oficina principal de SOTRAMI en Santa Filomena, un pueblo minero de unos 5,000 habitantes que se ubica entre los departamentos de Ayacucho y Arequipa, a 12 horas de viaje de Lima, la capital.

El centro de operaciones de la mina es una casita de madera con la puerta siempre abierta. La primera persona que recibe a los visitantes es Adrián Jiménez. El sol y el esfuerzo físico han dejado huellas en su rostro, con unos ojos resplandecientes bajo el gorro que cubre el poco pelo encanecido.

Jiménez llegó hace 20 años a Santa Filomena para buscar oro en la mina abandonada del lugar.

“Habían sacado las maderas de las galerías en la mina, porque entonces valía más la madera que el oro”, recuerda Jiménez, quien hoy tiene 64 años. Junto con él llegaron muchos agricultores cuyas tierras ya no rendían, buscando otro sustento para sus familias. Muy pronto se formalizaron en la SOTRAMI para legalizar su existencia ante el Estado peruano, lo cual fue una ventaja para obtener el sello de comercio justo porque FLO-CERT sólo otorga el sello a asociaciones de mineros artesanales y pequeños que reúnen los requerimientos legales y que cumplen con las normas del Estado Peruano en cuanto a tributación, régimen laboral y medioambiental.

Otro letrero, colocado en la entrada al cerro, también dice “Por una minería con rostro humano”.

La mina Santa Filomena es, a diferencia de las minas a tajo abierto, una mina al estilo antiguo. En vez de desplazar cerros, como lo hacen las mineras modernas, aquí se excava desde adentro.

Para sacar el oro hay que ingresar al cerro. Jiménez lo hizo durante muchos años, equipado de pico y pala. Hoy en día es miembro del consejo directivo de SOTRAMI y responsable de que los 100 mineros usen casco y respirador antes de ingresar al socavón. Cumplir con las medidas de seguridad laboral es uno de los casi 200 criterios exigidos por la certificadora FLO-CERT para otorgar el sello de “comercio justo”.

FLO-CERT evalúa su cumplimiento regularmente. Sin embargo, ingresar al cerro diariamente sigue siendo un trabajo sacrificado. Hasta 900 m bajan los mineros a pie, sacan con dinamita y taladro las piedras que contienen oro y vuelven a subir los mismos 900 m a pie, después del trabajo. 
“Cada minero está contento cuando vuelve a ver la luz del día”, dice Jiménez. 

No es que los trabajadores mineros ganen grandes riquezas en SOTRAMI.

El jornal está entre 33 y 50 soles ($12-$18). No es mucho, pero es el doble del sueldo mínimo peruano ($218 mensual). Además, se cuentan con las medidas de seguridad y un seguro de salud, que también son requerimientos para recibir el sello “comercio justo”.

Las mujeres no entran 
A Ana María Munoa le gustaría ingresar al socavón, pero no la dejan. 
“La creencia es que la mina es una mujer que se vuelve celosa cuando hay otras mujeres en la mina”, cuenta Munoa, 25 años, hija y esposa de mineros que vive con su familia en Santa Filomena.

La gran mayoría de las familias de los mineros socios de SOTRAMI vive en el pueblo. Como las mujeres no pueden ingresar a la mina, sólo les queda hurgar en los restos de las piedras que los mineros han sacado del cerro, en busca de oro. A estas mujeres se les conoce como “pallaqueras”.

En Santa Filomena las mujeres se han vuelto expertas en detectar la más mínima veta de oro en esas piedras. Munoa es la presidenta de la Asociación de Pallaqueras de Santa Filomena y como tal integra el comité de primas —10% de la ganancia por encima del precio mundial— de SOTRAMI que decide sobre el uso de éstas. Sólo una parte de la prima del “comercio justo” se puede reinvertir en la empresa; la mayor parte debe destinarse a fines comunitarios.

Según el criterio del comercio justo, las mujeres deben participar en estas decisiones. Munoa ya tiene una propuesta de cómo usar el dinero: traer el agua a Santa Filomena.

El pueblo yace en medio del desierto, cada gota de agua llega en camiones o transportado de un pequeño pueblo a 7 km de distancia de Santa Filomena. Sólo las mujeres saben lo que significa dar a luz, lavar pañales, criar hijos y mantener limpia la casa en medio de este desierto. 

Sin embargo, Jiménez y sus colegas del comité directivo de SOTRAMI quisieran reinvertir la prima para modernizar la mina. Todavía no han empezado a discutir qué uso le darán a esa sobreganancia, pero tendrán que ponerse de acuerdo. Un acuerdo que incluye la voz de las mujeres.

Justo no es lo mismo que ecológico 
En la mina SOTRAMI es posible producir oro en condiciones que favorezcan a la comunidad y a los mineros artesanales y pequeños. También es posible producirlo sin hacer daño al medio ambiente. SOTRAMI tiene el derecho de llevar el sello de “comercio justo”, pero aún no el sello de “producción ecológica”. Para recibirlo no sólo debería renunciar al uso de mercurio, sino también de cianuro.

La planta de procesamiento de SOTRAMI usa el método de la lixiviación con cianuro para extraer el oro de las piedras que han sido previamente trituradas y molidas. Es el mismo método que usan las grandes empresas auríferas. Aunque se aplican todas las medidas de seguridad al tratar con estos metales altamente tóxicos y el agua se recicla y se vuelve a usar, queda un pozo de relave en el cual se deposita la mezcla de barro con cianuro sobre una membrana de plástico.

En otras minas, los relaves causan conflictos sociales porque contaminan el agua. En el caso de Santa Filomena no existen esos conflictos porque los relaves se ubican en medio del desierto. Lo que para las mujeres de Santa Filomena significa un sacrificio —no tener agua— es una suerte de bendición para la mina porque no hay fuentes de agua que se puedan contaminar y por ende tampoco hay agricultores con los cuales se entraría en disputa sobre la tierra y el agua.

Al final del procesamiento —triturar y moler las piedras sacadas del cerro, mezclar esta arena con agua y cianuro, recuperar el oro mediante filtros de carbono— está un molde de hierro fuerte. Aquí se vierte el oro líquido. SOTRAMI produce cada mes entre dos y tres lingotes de 5 kg cada uno y los envía a Lima para que Pachas les encuentre compradores.

Los que ganan con este oro no son los accionistas mayoritarios en bancos de Suiza o EEUU, sino personas como Jiménez o Munoa y sus familias. Con la prima del comercio justo pueden hacer que su pueblo minero sea más habitable y digno.