Colombia

Minería del níquel en Córdoba: entre el oro y la miseria

Entre el oro y la miseria. La prórroga a la firma que explota el metal de Cerro Matoso viola hasta la Constitución Nacional.

Pueblo de mina, pueblo de ruina. (Proverbio de los mineros chilenos).

Montelíbano, tierra de oro y penurias, queda en las colinas ondulantes que se extienden al sur de Córdoba, cerca de los límites con Antioquia. En 1981 el pueblo tenía doce mil habitantes dedicados a una modesta ganadería de leche y carne, a la pesca en ríos y ciénagas, lo mismo que a las faenas del campo en fértiles parcelas que producían maíz, yuca, ñame.

 

Entonces llegó la compañía minera seguida de su aluvión humano: advenedizos, aventureros, cazadores de fortuna. Ahora, treinta años después, Montelíbano tiene 87.000 habitantes. Su población ha crecido más de siete veces desde entonces, lo que significa, por aterrador que parezca, que se ha duplicado cada cuatro años. El motivo tiene nombre propio: los yacimientos de níquel de Cerro Matoso, a veinte kilómetros del casco urbano. La eterna historia de la quimera del oro.

Lo malo es que con el níquel también llegaron las plagas bíblicas: rasquiñas, dermatitis, ojos irritados, abortos, el cáncer, asma, artritis, la invalidez física, los infartos del corazón, niños que nacen con los dedos torcidos. La peste no distingue entre raizales y forasteros.

Flechas es la aldea más próxima a la mina. Está apenas a 800 metros. La llaman así porque sus vecinos, indígenas zenúes que han sobrevivido a tantos exterminios, se dedican a cultivar una fibra conocida como cañaflecha, con la que se fabrican los célebres sombreros de vueltas, que ahora se llaman vueltiaos y que son falsificados en China. Flechas es tan pequeño que solo tiene dos calles y 520 habitantes. En el año 2011, según certificados médicos, hubo en el pueblo 36 embarazos, de los cuales catorce terminaron en abortos involuntarios. El 39 por ciento, ni más ni menos. Mucho me temo que es la tasa de abortos más alta del mundo. Los expertos podrán comprobarlo.

Mientras tanto, a mil kilómetros de distancia, en las alfombradas oficinas de Bogotá, el Gobierno Nacional se sentó a firmar con la empresa internacional BHP Billiton una prórroga del contrato hasta el año 2040, a pesar de que el actual solo se vencía en el 2029. Se anticiparon dieciséis años. El nuevo entró en vigencia el pasado 1 de octubre. Hubo un brindis, apretón de manos, palmadas en la espalda.

Contrato sin pólizas ni licencias

Tres meses después, sin embargo, la Contraloría General de la República les envió un oficio de 33 páginas al ministro de Minas, Federico Rengifo, y a la Presidenta de la Agencia Nacional Minera, para advertirles que esa prórroga viola varias leyes, incisos, decretos, parágrafos y hasta la propia Constitución Nacional, «además de otros hechos que van en contravía de los intereses del Estado».

«En la actualidad -dice el documento de la Contraloría- el proyecto minero de Cerro Matoso no cuenta con licencias ambientales ni para los contratos antiguos ni para la nueva prórroga». Entonces, ¿cómo han venido operando? Lo que es peor: ¿cómo pudieron ampliarles la concesión hasta el año 2040?

La posición de la Contraloría es todavía más categórica en lo que se refiere a la prolongación del contrato a partir de octubre: «Hay cláusulas que pueden entenderse como una claudicación del Estado a favor de un particular. Las implicaciones ambientales también fueron claudicadas».

Al final de su implacable documento, la contralora Morelli acusa sin ambages a una entidad estatal, la Agencia Nacional de Licencias Ambientales (Anla), de desconocer las disposiciones del Código de Minas sobre ese tipo de licencias.

Como si fuera poco, las leyes colombianas exigen que los concesionarios mineros compren una póliza que ampare el cumplimiento de sus obligaciones, tanto mineras como ambientales incluso hasta después de concluida la explotación y cerrada la mina. Sin embargo, en los nuevos contratos con BHP Billiton no existe la más mínima alusión a dicha póliza.

Veneno en el aire, el agua y la sangre

Un equipo de reporteros de la revista Semana acaba de ganar, con abundancia de méritos, el premio anual del Círculo de Periodistas de Bogotá al mejor trabajo de investigación, por una crónica que publicaron en agosto sobre las condiciones de pobreza, abandono y enfermedades de las comunidades aledañas a Cerro Matoso. No había pasado un mes de aquel estupendo reportaje, cuando, sin darse por enterado, el Gobierno colombiano firmó con Billiton la prórroga del contrato.

Poco después llegaron a mis manos unos informes de la Empresa de Acueducto de Montelíbano, que hace un control mensual a las aguas del río San Jorge, cuya corriente baña esa extensa región:

«Comportamiento hierro río San Jorge segundo semestre año 2010. Niveles permisibles según Resolución 2115 del 2007: hasta 0,3 partículas por metro cúbico de agua (ppm).

Julio…………………1,1 ppm

Agosto……………..6,91 ppm

Septiembre…………5,2 ppm

Octubre……………..0,5 ppm

Noviembre………….7,1 ppm

Diciembre………..8,8 ppm».

De esa agua beben los seres humanos, los ganados y los pájaros. En esas aguas se ganan la comida los pescadores. En esas aguas se bañan los niños. Ante el impacto que me causa el informe anterior, consulto a químicos, a hematólogos, especialistas en esas materias complejas. Coinciden en el análisis: «En cantidades excesivas, el hierro es tóxico. Invade órganos vitales como el hígado y el corazón. Demasiado hierro produce cirrosis hepática, deficiencia infantil del crecimiento, desórdenes de la tiroides, problemas cardiacos. Puede ocasionar la muerte».

La vida a cambio de unos centavos

A los empleados que se enferman, la empresa los envía a laboratorios clínicos en Montería o Medellín. Pero se niegan a entregarles los resultados alegando que es información privada. Entonces se ven obligados a repetirse los chequeos por su cuenta. En las muestras de sangre les han encontrado cobre, níquel, cobalto, azufre, hierro y sílice. Anastasio Camargo murió por un estallido del hígado. En la autopsia descubrieron que su torrente sanguíneo estaba plagado de elementos como paladio, aluminio, mercurio, plata y zinc.

En estos treinta años, 47 trabajadores han tenido que retirarse de la compañía minera por enfermedad. La empresa no reconoce pensiones por incapacidad física. Los operarios arreglan su salida de la nómina a cambio de unos centavos. Uno de ellos, que murió de infarto cardiaco, según el parte médico, era oriundo de la costa del Pacífico y tenía un nombre que parecía una malvada jugarreta del destino: se llamaba Justiniano Mina. Quién sabe qué misterio se oculta en un nombre.

Entre tanto, los dos hornos de fundición, cada uno a 1.600 grados centígrados de calor, están prendidos todo el día. Cualquiera puede verlos contra el cielo, por encima del caserío de Flechas, botando candela, echando humo y expulsando su veneno al viento. Un polvo rojo cae sobre la comida y la gente. También cubre el plumaje de las gallinas y las espigas del arroz. Los árboles del entorno están en carne viva porque no les volvió a nacer la corteza. Los canarios tampoco regresaron.

Muchos vecinos de Flechas y Montelíbano, especialmente niños y mujeres, tienen el cuerpo cubierto de llagas purulentas. ¿Cuántas de ellas son variedades del cáncer de piel? Nadie se ha tomado el trabajo de investigarlo.

El dinero de las regalías, entre tanto, se volvió otra tragedia. La última participación anual que recibió el municipio de Montelíbano fue de 21.500 millones de pesos en el año 2008. Desde entonces las regalías están congeladas por el Gobierno Nacional a causa de despilfarros, saqueos y malos manejos.

Epílogo

Pobres de solemnidad como han sido toda la vida, tenían la ilusión de haberse ganado el premio gordo de la lotería; lo que en realidad se ganaron fue la rifa del tigre. Creyeron que les había llegado la prosperidad, pero lo que les llegó fue la desgracia. Se quedaron, como decía Quevedo, con el pecado y sin el género. Sus fantasías se están derrumbando a pedazos, aunque Cerro Matoso sea la cuarta mina de níquel a cielo abierto más grande del mundo y la primera de América.

Hablo con el gobernador indígena de las comunidades que viven ahí mismo, en el Alto Sinú. Le pregunto cómo le ha ido. «Alegre de estar vivo», me contesta este sobreviviente de varios atentados. Se llama Israel Aguirre.

El miércoles 20 de febrero se reunió con funcionarios de Naciones Unidas en Colombia. Denunció los daños que la explotación inadecuada del níquel está ocasionando a los aborígenes zenúes. Les contó que el problema ambiental y de salud ha empeorado con los años y entregó abundante material fotográfico para respaldar sus palabras.

Como hay una mano invisible que gobierna el universo y lo organiza todo, al día siguiente, jueves 21, mientras el cacique Aguirre aún estaba en Bogotá, apareció en la página 10A de EL TIEMPO una noticia procedente de Nueva York que decía: «La misión del nuevo presidente de BHP Billiton, Andrew MacKenzie, será darle prioridad a las ganancias».

Después dicen que esas son coincidencias…

JUAN GOSSAÍN