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Mexico

¿Esclavos? ¿De Quién?

int-12456220 de febrero de 2012
En memoria de los mineros…

Un año más de la tragedia de Pasta Conchos; nuevamente se escribirán miles de paginas de la tragedia que trajo el dolor y la tristeza a muchos hogares mineros en la Región Carbonífera de México, y nuevamente veremos y leeremos la opinión de expertos y de líderes sociales que reclaman la recuperación de los cuerpos de nuestros hermanos que quedaron atrapados en el interior de una mina que se convirtió en infierno por la tremenda explosión provocada sin duda alguna por el mortífero gas metano y por el polvo de carbón, pero para que exista una explosión deberá de existir una fuente de ignición, es decir una chispa, la mezcla idónea de aire, gas metano y polvo de carbón para que ocurra. Lo que sin duda ocurrió en esa mina de muy triste memoria en los anales mineros no sólo de México, sino del mundo entero.

MÉXICO, PAÍS DE INCONGRUENCIA

México, el cuerno de la abundancia, el país de la abundancia; nunca aprendimos cómo administrar nuestra riqueza y cada día nos dicen los datos del Inegi, que ya somos más pobres, que la miseria se enseñorea de los campos mexicanos, y que nos morimos de hambre, y que agricultores, ejidatarios, mineros y en fin todos, somos marionetas del poder.

Con tristeza vemos que nos anuncian programas de apoyo al campo y que los mineros dejarán de ser esclavos, y vemos cómo el aparato gubernamental viene a regalar unas cobijas y despensas a precio de oro, no por lo que cuestan los insumos, sino por lo que cuesta traerlos y repartirlos: aviones, aparatos de seguridad, soldados, guardias, sueldos de funcionarios que no ganan el mínimo, de los semidioses del poder que nos viene a divertir dándonos pan y circo.

Quizá con eso se nos olvide nuestra desgracia y nuestro dolor; seguirán muriendo mineros en trágicos accidentes, como seguirán estando famélicos nuestros niños campesinos, porque no es con despensas ni con cobijas como se solucionan nuestros milenarios problemas, ni con programas electoreros, porque quizás nuestros problemas no tengan solución si nosotros mismos no la buscamos.

¿Por qué?, no somos capaces de saber ser libres, de administrar nuestra maravillosa tierra llena de tesoros, y vemos cómo otros países que no tienen los recursos que México tiene, son productores de riquezas y nosotros sólo buscamos ser un país de maquiladoras.

¿LOS MINEROS SON ESCLAVOS?

La tragedia minera de Pasta de Conchos nos llena de dolor, un dolor que no tiene nombre y más para las madres que perdieron a sus hijos en ese lugar. Nos decía una madre que perdió a su hijo: —Dígame señor, cuando una esposa pierde a su esposo en qué se convierte? —En viuda. —¿Y cuando un hijo pierde a sus padres? —Se convierte en huérfano. —¿Pero cuando una madre pierde a un hijo en qué se convierte? —NO TIENE NOMBRE.

Y nace el grito de reclamo ¿De quién es la culpa?, ¿de los empresarios mineros?, ¿de la autoridad que debe de aplicar la ley?, ¿del sindicato que permite esas condiciones de inseguridad?, ¿de los mismos trabajadores? ¿De quién? La pregunta sigue sin respuesta y sin duda seguirá así por los siglos de los siglos.

EL DOLOR DE UNA MADRE

Ella estaba detrás de la cerca de la mina con sus ropas ajadas y desgarradas, desesperada viendo a lo lejos la bocamina, de donde salían los ennegrecidos mineros rescatistas que desolados sólo acertaban a mirar al suelo como indicando lo infructuoso de su búsqueda.

Las fuerzas la abandonaban y ya no quiso esperar más, echándose a correr, una luz había llegado a su cerebro, una esperanza nacía en su cerebro, que su hijo no hubiera ido a laborar, que se hubiera echado la falla; el pueblo parecía un pueblo fantasma, pues toda la gente estaba en la mina, anhelando la salida de aquellos hombres que estaban atrapados en el interior de la mina, esperaban el milagro divino.

Ella se dejó caer pesadamente en su cama, llorando con un llanto contenido como si se ahogara; las lágrimas se fueron convirtiendo en fuertes y dolorosos lamentos, como si ya tuviera frente a ella los cuerpos de aquellos mineros que estaban atrapados en los cañones de aquella lóbrega mina.

En el exterior de la mina el tiempo transcurría horrible, después del medio día el frio. Aquel era inclemente, se sentía en aquellos cuerpos cubiertos apenas por aquellas rasgadas cobijas llevadas por no se quién; adormecidas las esperanzas, muertas las ilusiones; la luz del día se veía triste, aquel sol también sentía el dolor de aquellos seres que sólo alcanzaban a mirar en lontananza el horizonte.

La mañana se había juntado a la tarde, y ésta se había convertido en noche, sin que nadie pareciera percatarse de ello; entre la masa anónima se sentía la tristeza de la desesperanza, el silencio de la muerte, el llanto de la nada, ya no había lagrimas; así la noche avanzo inclemente, el aire silbaba en forma lúgubre sobre la estructura de la bocamina, los cañones del yacimiento seguían tapados, los brazos de los rescatistas caían pesadamente a lo largo de sus cuerpos, y sólo interrumpían este silencio los sollozos de los niños, y allá a lo lejos se escuchaba el llorar de los perros que quizás veían la muerte envuelta en sus crepones negros.

EL DOLOR DEL RESCATISTA

Entre aquellos mineros que bajaban al interior de la mina tratando de llegar a donde se suponía que estaban aquellos hermanos atrapados, uno de aquellos rudos hombres empezó a musitar una plegaria que le nacía del fondo del alma.

DIOS SANTO, no somos buenos, no lo hemos sido nunca, pero somos tus hijos, no sabemos distinguir entre lo bueno y lo malo, señor nosotros sólo sabemos de trabajo y somos gente de paz. Es cierto que sólo nos acordamos de ti cuando te necesitamos y que al hacer nuestras maldades te arrinconamos en el corazón para que no nos veas pero DIOS SANTO somos tus hijos… dime Señor qué no se les perdona a los hijos… y tú que eres tan bueno nos vas a ayudar a llegar a donde están nuestros compañeros.

La voz doliente del que oraba se fue perdiendo en la nada, se fue opacando poco a poco hasta perderse por completo dejando en su lugar sólo el ruido de sus pasos y de su respiración agitada, y el sonido intermitente de una gota que caía del cielo de la mina, una gota que incesante marcaría el paso de las horas, de los días, de la eternidad por los siglos.

EL TIEMPO TRANSCURRIDO

Habían transcurrido cuántos días, nadie sabía desde que fue aquella explosión, a pesar de todo aquellas criaturas alimentaban la esperanza de ver salir a sus familiares, cansados, sucios, hambrientos, pero sanos y salvos, sus caras pintadas de negro; sin embargo las ilusiones se iban dejando a la imaginación y sólo iban quedando seres encorvados, silenciosos, lacios como espigas quemadas por el cierzo invernal.

Minero soy y a mi mente llegan tantos y tantos recuerdos de tiempos ya idos, tiempos que dejaron su huella imborrable, lágrimas de dolor, ilusiones perdidas, familia que ya se fue, vidas que se apagaron, y aquel triste lamento de mi guitarra y de mi desafinada voz cantando aquella estrofilla:

MI PADRE MURIÓ EN LA MINA

SIN DOCTOR NI CONFESIÓN,

COLOR A SANGRE MINERA

TIENE EL ORO DEL PATRON.

DE LAS MINAS Y MINEROS

Las condiciones de las minas, ya sean de carbón, de minerales metálicos, o no metálicos, seguirán siendo peligrosas y quizás los riesgos naturales puedan ser prevenidos, el control de los gases, las temperaturas extremas, el polvo, los desprendimientos de rocas o caídos como se les conoce en las minas, pero y los actos inseguros y las actitudes negativas del hombre en no obedecer los reglamentos de seguridad, en no acatar las disposiciones que nos prohíben realizar maniobras erróneas, muchas veces buscando un ilusorio premio de producción nos llevan a laborar en condiciones que sabemos que son de muy alto riesgo, lo hacemos violando normas y desobedeciendo aún el más elemental sentido de autoprotección.

Estas son instantáneas sin retoque de la vida en las minas, cierto que no proporcionan consuelo alguno a quienes perdimos a un ser querido, ni siquiera a quien labora actualmente en ellas.

Escribí este artículo en memoria de quienes han muerto en las entrañas de la tierra, hombres que fueron reclamados por esa madre amorosa que se llama tierra, cumpliendo la máxima bíblica de que somos polvo y al polvo habremos de volver, pero el espíritu regresará a DIOS quien fue quien lo dio.

La misma historia, la misma vida, la misma farsa, la misma muerte.
Por Heriberto Robles Rosales