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Argentina

Galeano mandó abrazo de muchos brazos a Famatina, Andalgalá, Belen y otras comunidades

Galeano_2_12023 de Abril de 2012
Galeano presenta su nueva obra «Los hijos de los días» en la 38º Feria del Libro de Buenos Aires. Vestido de verde y marrón resulta difícil no confundirse y creer que está vestido de árbol en homenaje a la naturaleza que el defiende: «yo aprovecho para mandarle un abrazo de muchos brazos a los pobladores de Famatina, Tinogasta, Andalgalá, Belén y otros que no se dejan engañar con esos cuentos de las sanguijuelas modernas que te venden buena salud mientras te acompañan al cementerio».

Como contar lo no ameno de forma amena. Eduardo Galeano fue el protagonista del sábado en la 38° edición de la Feria del Libro. Paternal y preciso, el autor presentó Los hijos de los días y generó una gran conexión con su público.

Una fila de gente que, según cuentan los organizadores nació a las 14 y se alimentó a lo largo de toda la tarde, anticipa el momento. Semejante aglutinación de fanáticos es llamativa en la Feria. 8.17 abren las vallas y los primeros de la hilera se catapultan hacia el interior de la sala José Hernández.

El público se acomoda como puede; la silla, es el alivio frente a todo ese tiempo de espera. Pero ahí, antes de arribar al oasis del descanso, en cada asiento aparece un pergamino (una hoja enrollada). Todos lo desenrollan, lo abren con tintes coreográficos. Suena un violín quebradizo en el fondo. La hoja, ahora abierta, devuelve: «30 de Agosto. Día de los desaparecidos». En el escenario no hay instrumentos, no hay amplificadores: no toca ningún músico. En el escenario hay un sillón y un micrófono que esperan taciturnos la llegada de Eduardo Galeano.

La sala cierra sus puertas; los silbidos y abucheos son los únicos que se abren paso desde afuera. Adentro, los violines y teclas que suenan de fondo tienen algo de Libertango, tienen algo de Piazzolla. Los que no entraron fueron derivados al Pabellón Rojo y al fresco pasto fuera del Pabellón Frers para presenciar todo con un proyector.

Entra Galeano y los aplausos se extienden por más de 60 segundos. Si esos segundos fueran años abarcarían la carrera de quien se acomoda y habla: «Y los días se echaron a caminar. Y ellos nos hicieron a nosotros, que así fuimos nacidos. Nosotros, los hijos de los días, los averiguadores, los buscadores de la vida. Y si nosotros somos hijos de los días, nada tiene de raro que de cada día brote una historia. Porque los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me contó que estamos hechos de historias…y ahora les voy a contar algunas de esas historias nacidas de los días».

Los hijos de los días: El uruguayo presenta su nueva obra, pero elige hacerlo sin hablar de ella. Prefiere hablar a través de ella.

«Según dicen…», descose la primera frase cuando el sonido se va. Eduardo queda hablando solo por una falla en el micrófono. Cambian el elemento rápidamente. Antes de seguir, opta por bromear: «A ver si ahora suena mejor…este es el micrófono que yo quería porque mejora las palabras, la calidad del texto».

Resueltos los problemas técnicos, el periodista desanda distintos fragmentos de su flamante libro con una tranquilidad un tanto hipnótica. En eso, contacta con el público, como entendiendo su trance: «¿se oye bien o hay que enderezar el sonido? ¿Sale alindado por el micrófono? La tecnología hace milagros».

Algunos lo miran derechos, tensos contra el respaldo. También hay un par de cabezas que se inclinan conmovidas. Unos pocos abrazan sus manos, y, los menos, se muerden las uñas. Pero todos lo miran, todos lo escuchan. Y sí, llega a todos. «Si la naturaleza fuera banco, ya la hubieran salvado», dispara como para convertirse en la envidia de esos twitteros que buscan frases cada vez más breves e impactantes. La ecuación relato=aplauso es matemática: lee extractos que siempre resultan exactos e infalibles.

«En 1492 los nativos descubrieron que eran indios; descubrieron que vivían en Latinoamérica; descubrieron que estaban desnudos; descubrieron que existía el pecado; descubieron que debían obediencia a un rey y a una reina de otro mundo y a un dios de otro siglo; y que ese dios había inventado la culpa y el vestido, y había mandado que fuera quemado vivo quien adorara al sol y a la luna y a la tierra y a la lluvia que la moja».

La imagen de Galeano sentado leyendo devuelve tranquilidad y profundidad. Vestido de verde y marrón resulta difícil no confundirse y creer que está vestido de árbol en homenaje a la naturaleza que el defiende: «yo aprovecho para mandarle un abrazo de muchos brazos a los pobladores de Famatina, Tinogasta, Andalgalá, Belén y otros que no se dejan engañar con esos cuentos de las sanguijuelas modernas que te venden buena salud mientras te acompañan al cementerio». Ataca, agrega y aprieta los dientes: «Las catástrofes se llaman naturales como si la naturaleza fuera el verdugo y no la víctima mientras el clima se vuelve loco de remate, y nosotros también».

«Se busca», vibran su garganta y los tímpanos oyentes. Asiente con la cabeza, frunce y levanta el seño, inspira audible y larga otra frase. Hay algo en su pronunciación de la ‘a’ que le da un toque por demás solemne a sus palabras. Moja el índice derecho para cambiar de hoja y arranca otra historia, otro día. Adopta una seriedad particular frente a lo absurdo, a lo inconcebible, y genera risas en el público. Habla del cierre de Mc Donalds en Bolivia, habla de las empanadas caseras derrotando al progreso, y la risa no puede contenerse. No, no es stand up. Es real.

Los hijos de los días, como los días, tienen un poco de todo. Galeano recorre y narra el libro en el que la ecología, la política, la historia, la religión, la sexualidad, los valores y las miserias humanas y el absurdo se llevan los momentos y vacíos de las jornadas. Viaja en el tiempo con aleatoriedad, utiliza las fechas como puerta de entrada a los relatos. «tengo algo que decirte», de nuevo vibra el aire y algunos tragan saliva. De pronto, desde el fondo de la sala se cuela un grito. «Ídolo», suena en voz femenina incontenible e irreprochable. Galeano besa su copa, sí la besa, y toma agua.

«Tendremos viejas de tetas enormes, viejos de penes duros, pero ninguno recordará para que sirven», es difícil leer sus textos de forma salteada; una frase de los relatos de Galeano debe estudiarse en su entorno de párrafo. Sus textos se componen de forma orgánica, y el todo depende de las partes.

Pasada la hora, el autor hace un lado al libro y recuerda a Domitila Barrios, una amiga boliviana. Describe una escena con espacios, sonidos y personajes; hace uso de una memoria fotográficamente infalible. Cita a Barrios: «nuestro enemigo principal es el miedo y lo tenemos dentro».

Sobrio y con dejos de arrepentido, concluye: «De veras que tengo compromisos que no puedo traicionar». El coleccionador de momentos lee unas últimas líneas desaparecen en el aire para que se funden para entremezclarse con la ovación final. Galeano se incorpora desde el sillón y saluda con su humanidad toda. El público sabatino, algunos de los hijos de los días, agradece y se paspa las palmas de pie. Eduardo Galeano se retira irrevocable como los días.