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Mexico

Chiflido salvador

d50e4010-2916-4380-9446-4687548893ed29 de enero de 2012
Por Juan Manuel Menes Llaguno
Mina de Corteza en 1901, una de las más opulentas de la comarca a principios de siglo. Foto: El Sol de Hidalgo.

Pachuca, Hidalgo.- Usted sabe cuántos kilómetros de túneles recorren el subsuelo de la comarca minera Pachuca – Real del Monte, pues son poco más de 5 mil, aunque usted no lo crea. Para tener una idea de lo que eso representa, imagínese, amable lector, que ello significaría recorrer una carretera de Pachuca hasta el círculo polar ártico en los confines de nuestro continente.

Esos túneles a los que los mineros llaman socavones, empezaron a construirse en 1552, cuando se descubrieron tanto las minas de Pachuca como las de Real del Monte, lo que implica el trabajo realizado por miles de operarios a lo largo de más de cuatro siglos y medio de explotación de este subsuelo. Ya que, si bien, existe la probabilidad de minería prehispánica en este territorio, las operaciones de esa época eran a tajo o cielo abierto.

A todo lo largo de esos inacabables 5 mil kilómetros de galerías subterráneas, se han tejido multitud de episodios de vida y muerte, de júbilos y desconsuelos, de crónicas y de leyendas, no siempre captadas por la pluma ávida de quien hubiera podido prolongarlas a través del lenguaje escrito o perennizarlas a través de la palabra hablada de conseja popular, sin embargo, están allí y cobran existencia cada que los pasos de algún minero circula cauteloso en la obscuridad de aquellas enormes galerías.

En el leguaje muy propio de los mineros, se da el nombre de chiflón lo mismo al derrumbe de piedras sueltas que se vuelcan en los socavones, que al viento colado o corriente que por ellos suele llegar acompañado de un particular sonido, de modo que con tal palabra se acuña el verbo chiflar, cuya acepción es silbar o sacar aire con la boca, aunque con tal acepción se define también a quien ha perdido sus facultades mentales, está chiflado se dice y también con ella se define a quien esté enamorado o atraído por alguien, fulano está chiflado por fulana, etc.

Pero quizá lo más importante es que allí, a lo largo de esa red intrincada de socavones que corren de levante a poniente y de sur a norte, a diversas profundidades, el chiflido es tal vez la forma más adecuada de comunicarse, en razón de las distancias y de los otros sonidos a veces ensordecedores que se producen en la mina, un buen silbido supera en mucho la tesitura de la voz y permite que las ondas del silbido viajen a la velocidad del sonido a mayores distancias.

Muchos son los relatos surgidos de diestros chifladores, por ejemplo, Ramón Santamaría, escribe un magnífico relato sobre Miguel, el Chiflonero, Rodolfo Benavides, nombra en su obra El Doble Nueve al Gorrión, típico personaje que se la pasaba chiflando o tocando su armónica y así hay otros relatos más que describen esta peculiar forma de comunicación. Abajo en la mina con chiflidos se saludan o despiden los operarios, con chiflidos se insultan o se llaman y a silbidos se entienden para iniciar, parar o acelerar, una maquina o perforadora y en fin con un chiflido se muestra alegría, dolor, tal es el caso de Espiridión, el caquero, cuyo trabajo era levantar las heces fecales que sus compañeros generaban al no existir sanitarios al interior de los prolongados socavones y luego las llevaba donde ni el olor ni la contaminación pudieran generar estragos.

Se cuenta que una mañana por allí de enero de 1904 o 1905, llegó Espiridión a su trabajo en Mina de Corteza; antes de entrar al turno de las 6 de la mañana, manifestó, se sentía mal.

-Ando muy atarantado patrón, le dijo a Nico el capataz de la mina, y este le contestó:

-Nada de pretextos hijo del por cual, a trabajar, ah y lo de atarantado, pues cuándo se te ha quitado, y soltaron la risa todo los que allí se encontraban.

De modo que Espiridión tuvo que bajar a la mina, con todo y sentirse enfermo. No se sabe cómo ni a qué horas sucedió, pero a eso de las 11 de la mañana, que se hizo necesaria su presencia en la frente principal donde trabajaban los perforistas, no apareció por ningún lado. En principio nadie le dio importancia, pero ya por allí de las cuatro de la tarde empezó a extrañarle a todos que no se apareciera, primero fueron voces, luego gritos y, finalmente, chiflidos los que le llamaron sin encontrar respuesta. Como terminaba el turno, llamaron al personal encargado de las medidas de seguridad, quienes buscaron por largo rato, hasta bien entrada la noche, sin hallar el cuerpo de Espiridión.

Al iniciarse el turno al día siguiente, había consternación entre todos los que conocían al caquero, de modo que al dirigirse en la jaula hasta el nivel en el que estaban trabajando, fueron chiflando y dando voces, llamándolo. En determinado momento uno de los operarios, grito: «Cállense jijooos, creo que oí algo». Todos guardaron silencio y el operario aquel volvió a silbar lo que pareció ser una corta melodía, segundos después se escuchó la contestación, el encargado de la jaula presionó de inmediato un botón y ésta se detuvo, salieron todos en silencio y alguien volvió a emitir la melodía del chiflido y pronto se escuchó la respuesta. No tardaron mucho en rastrearla, de modo que en unos minutos detectaron el lugar donde se había producido y allí encontraron a Espiridión, tirado en la profundidad de una abertura rocosa como de tres metros, se había fracturado una pierna y un brazo y como perdió buen tiempo el sentido, tal vez horas, no escuchó las voces y chiflidos que sus compañeros profirieron un día antes.

Espiridión no tenía fuerza en la voz, desde que volvió en sí, quiso gritar y pedir auxilio, pero los sonidos se ahogaban en su garganta y apenas podía escucharse el mismo, fue entonces cuando oyó los chiflidos de sus compañeros y recordó que él también sabía silbar fuerte y decidió contestarles y fue así como le encontraron.

Cuando se levantó el acta sobre el accidente, Nico, el capataz, confesó que él dio por muerto a Espiridión, ya que consideró que en esa telaraña extensa de túneles iba a ser imposible dar con él. Dos semanas después, al salir del hospital de mineros en Salazar. Espiridión decidió ir a refrescarse el gañote con un pulquito en la taberna: Sangre Minera que daba nombre a su barrio, al llegar fue recibido con una tremenda silbatina representativa de todo tipo de cariñosos insultos y Espiridión, en lugar de enojarse, agradeció que así lo recibieran, porque fue precisamente los chiflidos que había aprendido, los que le salvaron la vida.