Honduras

Honduras Cinco siglos muriendo por el oro

Por: VIDA LABORAL
Fecha publicación: 13/02/2007

Si conocemos aunque sea un poco de historia sabremos que la minería en nuestros países latinoamericanos sólo ha significado muerte y destrucción. En Honduras hemos tenido tres épocas de auge de la minería: la colonia, el enclave minero hace cien años y los últimos 8 años donde han aparecido las exploraciones por todo el territorio.  Desde que los españoles desembarcaron en lo que ahora es el Departamento de Cortés comenzaron la destrucción de nuestras comunidades. Murieron miles de personas bajo sus armas o destrozados por sus perros, otros huyeron y muchos se convirtieron en esclavos que trasladaron para buscar el oro que motivaba a los europeos a cruzar el continente.

Uno tras otro los indígenas se desvanecían en el río Guayape donde corría “oro puro y sin igual”. De ahí, y de los túneles en los cerros, salieron riquezas inmensas hacia España. Cuando no hubo ya suficientes indígenas, trajeron esclavos negros que morían también en la búsqueda del oro y la plata.

Todas esas comunidades mineras que enriquecieron a otras, al otro lado del mundo, están ahora en el olvido, empobrecidas. Cuando a finales del siglo XIX (1876) se abre las puertas a las compañías mineras estadounidenses, se dijo que era para impulsar el desarrollo del país.

Más de doscientas minas operaron por toda Honduras. San Juancito, en Francisco Morazán, llegó a considerarse el centro del poder por la gran actividad minera y el establecimiento de los mandamases gringos. Ahí se movía el dinero y los más pudientes de Honduras. Aún pueden verse las ruinas del club americano, las residencias y las oficinas de la gran transnacional.

Es el testimonio del gran “desarrollo” que deslumbró a los gobernantes hondureños. La montaña quedó llena de túneles, de donde actualmente se han desprendido contaminantes de las aguas.

Eso le quedó a San Juancito, una pobre comunidad que todavía paga las consecuencias de la explotación minera. Igual pasó con la mina de El Mochito en Santa Bárbara, donde todavía siguen sacando oro y otros metales a cientos de metros bajo tierra. Su apogeo terminó y también el “movimiento económico” que enriqueció a uno que otro y dejó enfermos a miles que se envenenaron los pulmones en los socavones, por un mísero salario.

El oro de San Juancito, El Mochito y las más de doscientas minas que operaron hace un siglo, está bien guardado en las cajas fuertes de las transnacionales y el gobierno estadounidense. Se compra y se vende en la Bolsa de Valores de Wall Street.

Pero todos esos pueblos, siguen sufriendo por la falta de salud, educación, vivienda y demás carencias que padecemos en Honduras. El “desarrollo” traído por las mineras ¿Dónde está?.

Ahora nos quieren convencer que las trescientas concesiones (regalos) mineras traerán progreso y desarrollo para los hondureños. No hemos tenido que esperar cien años para darnos cuenta de que nos espera un desastre mayor.
Los enfermos y muertos no serán sólo los que sacan el oro, sino todos los seres expuestos al agua, aire y suelo contaminado con los venenos usados para arrancarle las últimas partículas de metal precioso que tienen nuestras tierras. ¿Cómo cobrar a los colonialistas por el exterminio cometido por el oro hace cinco siglos?.

Ni siquiera podemos demandar a las compañías gringas para que reparen el daño de hace cien años. Pero estamos a tiempo de evitar que los buscadores de oro dejen a Honduras una tercera tragedia; en nombre del progreso y el desarrollo,
¿De quién?.
Ese desarrollo y esa generación de empleo, no la queremos.
¡Digamos no a la minería destructora de la vida!